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VÍKTOR.
Decían que nuestro entorno, de cierta forma, se encargaba de mostrarnos cuando algo ocurría, ya fuera algo malo o bueno, pues bien no creí que esa idiotez fuera verdad hasta ese entonces.
Aquella mañana, cuando desperté, sentí que todo había cambiado, que el gran avance que se había visto en esos últimos días se desvaneció por completo, dejándonos en la mismísima nada una vez más. El propio cielo nublado me lo demostró; con su brisa casi helada que me calaba los huesos, y los susurros de ésta que me decían que estuviera preparado para algo importante, aunque claro estaba que jamás estaría preparado para eso. Porque no importaba que tuviera años de experiencia, nada me dejaba listo para enfrentar aquella situación... para darle la cara a ella.
Habían sido momentos difíciles; semana tras semana, grito tras grito, miradas repletas de odio cada vez que se tenía la oportunidad. Y por más que no pudiese estar presente siempre, aunque me mantuviera alejado, no había nada que me impidiera saber el desprecio que ella sentía por mí.
¿Cuál era la razón? El volver a la realidad y ser consciente de que la alucinación bonita donde parecía querer permanecer por el resto de su vida, se terminaba en un abrir y cerrar de ojos. Un fin que ella no había decidido ni marcado pero que, por obra del destino o quién sabía qué cosa, acababa y regresaba al lugar que más detestaba.
Porque sí, todo se había ido a la mierda una vez más, y esa parecía ser la definitiva, o eso quería creer. Sinceramente esperaba de todo corazón que así lo fuera, no aguantaría otra recaída… no me gustaba ver el rencor destellar en sus pupilas. Puede que el agotamiento físico también influenciara, pero era más el emocional que tomaba las riendas y pedía de rodillas que todo acabara y que no volviera. Pedía poder abrir mis ojos en las mañanas y no tener que preocuparme por cómo estaba ella psicológicamente, quería regresar el tiempo atrás y haberla ayudado profesionalmente cuando todo dio inicio y no tener que verla detestarme por algo que yo no había ocasionado.
Sin tan solo lo hubiese visto venir, el caso sería muy diferente.
Porque en ocasiones preferíamos mirar hacia otro lado y evitar lo importante; centrarnos en otra cosa y así no enfrentarnos a los problemas que verdaderamente tenían más valor... porque muchas veces el ser humano prefería usar una venda y ocultar todo lo malo para no tener que ver como el mundo que lo rodeaba se caía a pedazos.
Y así había pasado; nos enfocamos en otros temas y dejamos el de ella a un lado, creyendo que nuestra profesión y conocimiento sería suficiente como para llegar a completar su rehabilitación sin saber que su metabolismo era diferente, y que lo que pensábamos que sería la solución se convirtió en destrucción. De modo que, en vez de avanzar para así poder continuar con el trabajo pendiente en otro paciente, llegábamos a un curva cerrada que, por arte de magia, nos enviaba de regreso al inicio.
No había explicación lógica que dar, ni siquiera nosotros podíamos entender aquella manera retorcida en que el entorno, o su mente, le hacía ver y creer cosas que no eran reales para luego simplemente soltarle la mano y regresarla a la realidad donde el mundo parecía perdido para ella.
Recaída tras recaída había podido apreciar el como llegaba a un determinado momento donde lo recordaba todo y después como cada memoria parecía asfixiarla llevándola al punto de partida una vez más.
Solo esperaba no volver a eso, cosa que, por supuesto, no pasó.
Cuando llegué al psiquiátrico; saludé a la enfermera recepcionistas, subí por el elevador, crucé algunos pasillos y no pude encontrar a Léonard o a Ed, supe que nada bueno había sucedido. La corazonada que había sentido desde temprano no se había equivocado y, aunque tuviera una leve esperanza de estar confundido por pasar tanto tiempo imaginándome el cómo sería su regreso, pude apreciar que la salida en U de la carrera había sido utilizada una vez más.
Había maldecido un par de veces al recordar que los últimos días habían sido muy tranquilos, y eso solo podía significar una cosa.
La locura volvería a su punto más alto.
Y así fue, oír sus gritos desde el pasillo que era ocupado por las habitaciones de los pacientes, escuché como pedía que la soltaran. Cada una de sus palabras me aterraron porque pude sentir lo desesperada que estaba con tan solo percibir su voz lastimera. Y pude ponerme en sus zapatos y comprenderla, después de todo parecía que únicamente yo tenía el poder de hacer eso, ¿Por qué nadie podía ver como su propia mente la dañaba? ¿Acaso nunca se sentaron a pensar en qué harían ellos si les ocurriera lo mismo? En cambio yo, siempre me detuve a meditarlo y llegué a la conclusión de que también me alteraría, me frustraría y sentiría miedo si, después de pasar días enteros dentro de una alucinación tan tranquila como las que ella tenía, me despertaba en una habitación fría y descolorida, y descubría que era un paciente más del montón.
Porque había una gran diferencia entre un mundo todo rosado, donde no habían problemas ni dificultades, y uno oscuro donde solo predominaba la maldad humana. Y pasar de uno al otro en tan solo un despertar no parecía ser muy bonito y entendible.
Por lo tanto, si había alguna diferencia emocional después de aquel cambio de vida tan radical, era totalmente justificado.
Pero eso no quería decir que estuviera de acuerdo en todo, claro que no. Me molestaba mucho tener que ver como comenzaban de nuevo con su caso, porque, al parecer, nada de lo que se hacia era suficiente para que ella volviera definitivamente a la realidad.
Cada maldita recaída era peor; los ánimos disminuían dejando que los buenos tratos acabaran, la paciencia también se iba de viaje dándole lugar a la desesperación y rabia por no poder cumplir como se esperaba. Pero sobre todo, y por mi parte, lo que más detestaba era que sintiera odio hacia mi persona; era desgarrador tener que escuchar que por mi culpa ella se encontraba allí, que yo la había empujado a la locura, y no sabía qué otras cosas más. No sabía cómo habíamos llegado a eso ¡Ni siquiera era su psicólogo de cabecera! Lo había intentado en una ocasión y no dio resultado, por lo tanto me mantuve al margen del asunto para no causar disturbios y que su situación empeorase. Pero, por lo visto, su mente había grabado mi nombre, voz y rostro, y lo había agregado como el villano de su historia ficticia. Me dejó como el malo aun cuando ni siquiera tuve la intención de acercarme a ella por su seguridad.
Meses atrás había conocido hasta dónde podía llegar sin cruzar la raya, en mis planes no estaba crear un caos y que sus enfermedades psicológicas incrementaran. Solo quería ayudarle para que tuviera una vida sana y pudiera salir de allí.
Y como todo parecía tener un límite; las sesiones funcionaban hasta un determinado momento, y luego sin más llegaba el retroceso y volvía al punto de partida, llevándose consigo las ganas de volver a empezar. Sabía que su caso era uno especial y que requería de mucho más tiempo y paciencia que cualquier otro, pero cada paso hacia atrás era un puto martirio.
Ella llevaba más de ocho meses en tratamiento; bajo la medicación recomendada, siguiendo las indicaciones al pie de la letra como siempre se hacia, sin embargo, de nada parecía servir. Su mente se cerraba y no dejaba entrar la realidad; vivía en una fantasía donde la tristeza y pérdida no se hacían presentes, donde los problemas, por más grandes y graves que fueran, se resolvían rápidamente y todo volvía al ciclo de la normalidad y tranquilidad. Era comprensible que hiciera eso, a nadie le gustaba ahogarse en llanto y sentir como el pecho le ardía debido al inmenso dolor que provocaba el tener recuerdos que se querían olvidar; como lo era el que la justicia no fuera justa para todos, el ver como la vida se te escurría por entre los dedos y no podías hacer nada para impedirlo... el despedirse de un ser querido, aun cuando no era el momento de irse.
A veces, la no aceptación e ignorancia eran la mejor solución.
Y allí estaba yo, queriendo ser ignorante a lo que tenía en frente porque no podía aceptar que una vez más estaba sucediendo. Me detuve justo en la puerta de la habitación número 07, sus gritos me habían llevado hasta ese lugar y no dudé ni un minuto en seguir y avanzar cada paso hasta poder apreciar lo que ocurría. Ella me miró con sorpresa y confusión, sabía que cuando despertara me odiaría el doble de lo que lo había hecho la vez pasada.
— Víktor...— me llamó y me desgarró el alma.
Porque, por más odio que Alejandra me demostrara cada vez que me viera, sabía que muy en el fondo de su corazón ella tenía el conocimiento de que yo no era causante de aquello y que solo pedía su recuperación.
Esa era su tercera recaída y, por más que en la primera ocasión no me culpara de nada, solo esperaba por el final de todo ese asunto, suficiente había tenido ya como para soportar esa liberación de enojo por más tiempo. Ya no quería ver como se desmoronaba cuando su mente comenzaba a mostrarle su realidad; cuando su mundo de paz emocional se caía a pedazos, dejando todo en ruinas. No podía estar frente a ella y que me tachara como su perdición, que me dijera que me odiaba y que próximamente recibiría más dolor por dañarla. Quise hacerle ver que eso no era así y que lo que menos quería era causarle dolor, pero no me dio la oportunidad de hacerlo, y todo propósito de diálogo se había ido por el drenaje.
¿Acaso mis buenas intenciones no eran visibles? ¿Qué tanto mal le causé en su vida imaginaria como para que me detestara tanto?
Mientras que yo seguía estudiando y me preparaba para afrontar la situación y así ayudarla, ella me dejaba en claro que lo que menos deseaba hacer en esa vida era volverme a ver. Me había quedado perfectamente claro que para ella, yo era como una piedra en su zapato; algo molesto y puntiagudo que si no lo sacaba a tiempo la terminaría lastimando a profundidad.
La realidad era una muy diferente a la que su cruel mente le había pintado.
¡Yo no quería herirla, solo quería salvarla!
Porque, aunque solo fuera una paciente más en ese lugar, le tenía aprecio y me hacia mucho daño el verla de esa forma. Por más que nuestra interacción fuera casi inexistente y que sus palabras fueran dagas filosas enterrándose en mi pecho, había algo que nada podía romper y eso era la simpatía que un profesional podía llegar a sentir. Y no estaba hablando de algún sentimiento en particular, sino que había algo que nadie más que yo parecía compartir con ella en ese edificio: tolerancia. A pesar de todo lo que su vida imaginaria le hizo creer, Alejandra todavía me toleraba, y yo, olvidándolo todo porque no tenía pensado culparla por algo que no había sido internacional, la toleraba.
Aunque era el único que pensaba de esa forma; Ed había perdido la paciencia algunos meses atrás, Matthew se mantenía firme en su puesto solamente porque era su obligación, sino hacia mucho tiempo que nos habría dejado para encontrar un empleo mejor y Léonard… bueno, ni siquiera quería recordarlo.
Pero eso ya no interesaba, lo importante fue ver como sus ojos oscuros eran cubiertos por sus párpados al cerrarse para dejarla descansar. Por primera vez, después de tanto, había sido la última persona que Alejandra captó antes de dormir. Pude estar presente cuando su respiración se tranquilizó y terminó siendo casi nula; su cabello castaño había quedado como almohada debajo de su cabeza, resguardándola de la fría y dura superficie, y el maldito overol azulado le quedaba de maravilla, contorneando cada centímetro de su cuerpo. Ni siquiera sabía por qué me dediqué a observarla tan detalladamente; en las oportunidades anteriores no me había detenido a pensar en hacer una cosa como esa porque siempre se mostraba a la defensiva. En cambio allí, acostada sobre el suelo, solo parecía una persona serena que buscaba un poco de paz.
Un ser de luz siendo opacado por la oscuridad del mundo.
— Víktor, llegaste.— habló Léonard, quitándome de mis adentros.
— ¿Qué sucedió?— pregunté, aún sabiendo la respuesta.
— Recaída…
Asentí con la cabeza, sin perderme ni un solo segundo del sueño relajado que la paciente parecía estar viviendo mientras que nosotros conversábamos.
— Ya me tiene cansado su maldita mente frágil.— se quejó Ed— ¿Acaso no puede superarlo y ya?
Perdí toda concentración después de aquellas palabras.
¿Superarlo? ¿Realmente había insinuado que algo como lo que le pasó a Cabrera podría ser superado como si nada?
Eso solo dejaba a la vista que Ed no había pasado por algo así... al menos no por un momento tan macabro y detallado como el que ella había tenido que vivir y enfrentar. Y no quise entrar a profundidad en ese tema, pero él no había estado presente ni había sentido lo que supuse Alejandra tuvo que sentir durante y después de aquel acontecimiento.
— ¿Tú podrías?— casi le gruñí.
— Por supuesto que sí.— respondió sin dudarlo.
— ¿Estás seguro?— nos fulminamos con la mirada por unos segundos y pude ver cierta duda en sus ojos verdosos— Ponte en su lugar y piénsalo bien, dudo mucho que lo puedas lograr.— dije de mala manera.
Él tragó saliva y le dio un vistazo a la paciente, antes de observar la pared que le quedaba delante.
— La diferencia entre ella y yo... — comenzó a decir. El maldito cobarde ni siquiera se molestó en mirarme— Es que yo no estoy loco. Así que, por favor, no me compares con ella.
Apreté mis manos con fuerzas.
Debía de controlarme o cometería un error que me constaría muy caro. Me molestaba mucho su maldito comportamiento de hombre insensible y carente de emociones, a quien lo único que le importaba era su persona y nadie más, aun sabiendo que detrás suyo venía una larga lista de personas a quien tenía que ayudar. Él era un profesional, alguien que debía de pensar con claridad; ponerse en el lugar del afectado y de esa forma tratar de entender su punto de vista para poder manejar la situación de la mejor manera. No podía dejarse llevar por su enfado y maltratar, verbalmente hablando, a su paciente con la estúpida excusa de que no lo llamaba por su nombre y que, en su historia imaginaria, lo tenía como mejor amigo, ¿Desde cuándo al gran psicólogo Ed Lockwell le afectaba algo tan mínimo? Años pasando de sala en sala, de enfermo a enfermo para terminar lleno de rabia solo por una persona que estaba indefensa y tenía un comportamiento casi infantil. Y sí, quizá estaba cansado, pero ella simplemente era una paciente, como tantas otras, si tanto se quejaba pudo haberse ido mucho antes, o ni siquiera haber tomado una carrera tan importante como lo era la psicología.
De eso se trataba nuestro trabajo; de comprender a quienes acudían por nuestra ayuda, y hallar la solución para que volvieran a su vida normal lo más rápido posible. Pero, a lo mejor, al doctorcito que no tenía ni siquiera el coraje para mirarme y enfrentarme, se le había olvidado la consigna fundamental entre tantos papeles que leía a diario, o, tal vez, en su vida privada fuera del psiquiátrico.
— ¿Dices que no te compare?— mi voz raspó el tono burlesco— Por favor, Ed, bien sabes que...
— Chicos, ya basta. —se metió Léonard interrumpiéndome, sabiendo que de esa conversación no saldría nada bueno— Tenemos problemas más grandes, ¿Qué haremos esta vez?
Dejé de prestarles atención a mis colegas para detallar, una vez más, a Alejandra; ella se veía tan calmada que incluso pude sentir como su paz era liberada por cada poro de su piel. Parecía un ángel descansando después de haber hecho maravillas por el mundo; claro estaba que esas cosas no eran tan bonitas para nosotros pero que, para ella, seguramente eran las más bondadosas y hermosas que hubiera hecho jamás.
— Deberíamos de llevarla a la otra habitación, hasta que se calme… también ponerle una camisa de fuerza.
Mi ceño se arrugó.
¿Camisa de fuerza? ¿Desde cuándo se usaban en el nivel número 2?
Normalmente se utilizaban en el 3, cosa que era más que obvia porque en ese piso estaban los pacientes más peligrosos; por lo tanto era arriesgado dejarlos sin una «protección», que pudiera ayudarlos, ya a nosotros o a ellos mismos. Muchas de las personas que teníamos ingresadas, en alguna u otra ocasión, habían intentando quitarse la vida o también querido dañar a uno de los guardias, enfermera o incluso se habían peleado con sus psicólogos con tal de poder salir del edificio. Agradecía que ningunas de sus ideas se hubieran cumplido porque sino tendríamos serios problemas.
Así que, saber que Alejandra tendría que portar unas de esas camisas me sorprendió y muchísimo.
— ¿Qué? ¿Por qué?— indagué extrañado, nunca habíamos usado una; ni con ella, ni con nadie más. Además el almacén donde se encontraban esas prendas estaba precisamente un nivel más arriba que el nuestro. Era un simple método de seguridad que funcionó bastante bien, ya que nadie había salido herido hasta ese entonces.
— Pregúntale a Matt por qué. Iré por la camisa.— informó Ed antes de salir de la habitación.
Sin entender su respuesta, miré el rostro de Campos, asombrándome aun más de lo que ya me encontraba. Su labio inferior estaba bruscamente cortado, dejando que un pequeño camino de sangre corriera desde una de las comisura hasta perderse en su barbilla.
Magnífico.
Lo había golpeado. Y por lo visto, fue un bien derechazo.
Debía de admitir que saber aquello me había dejado pasmado por un par de segundos pero, después de pensarlo bien, llegué a la conclusión de se lo tenía bien merecido. Además no fue para tanto, solo un puñetazo y ya, no había causado mucho daño. El guardia seguía vivito y coleando, estaba casi intacto y no perdería mucha sangre así que podría continuar con su vida como si nada hubiera ocurrido.
Ese golpe era algo que se había ganado a pulso ya que él —y el imbécil que acababa de salir— estaba tan harto de todo que no se daba cuenta que ese era un problema, y que la rabia podía cegarlo por completo. No podías hablarle de mala forma o tratar incorrectamente a algún paciente, porque tarde o temprano llegaba la consecuencia y no era algo por lo que realmente quisieras pasar. Teníamos que controlar nuestras emociones si queríamos salir ilesos de ese lugar. Conocíamos el historial de cada una de esas personas que variaban entre: psicópatas, sociópata, y asesinos que para la justicia el mejor remedio era tenerlos encerrados en un psiquiátrico y no en una celda o simplemente enviarlos a la silla eléctrica. Por supuesto que no estaba de acuerdo en lo último dicho, pero sabíamos que víctimas no eran, sino todo lo contrario, por lo tanto unas simples sesiones de terapia acompañadas por medicamentos no serían la solución para algunos de ellos.
No todos estaban preparados para eso, y no con todos surgía efecto nuestro trabajo.
En fin, no iba a detenerme a pensar en cosas que no eran mi problema porque podría pasar el día entero cuestionado un par de cosas que no tenían nada qué ver con el asunto.
Retomando el tema de Campos y Ed; así como ellos habían agotado toda su paciencia, Alejandra también había llegado a su límite. Si hacia memoria; antes no había golpeado a nadie, solo insultado o dado una que otra amenaza de muerte pero nada más, ese era el tope de su maldad. En cambio, esa vez se había pasado de la línea, o quizá simplemente le dio una probada de lo que vendría más adelante.
— ¿Qué?— dijo el guardia cuando notó que lo estaba mirando.
Mostrando mi mejor sonrisa hablé:
— ¿Te lo dolió?
— ¿Tú qué crees, idiota?— bramó con fastidio.
Asentí, controlando el impulso de reírme en su cara.
Era divertido ver como gruñía cada vez que se tocaba el labio al limpiarse la sangre casi seca que había en él. Lamenté el no haber llegado al menos cinco minutos antes, me había perdido de la mejor parte, pero ver su malestar me lo recompensaba de cierta forma.
A lo mejor meses antes me hubiese preocupado o alterado, pero ya estaba hasta la coronilla de su desprecio hacia ella, eso también incluía a Ed. Eran profesionales y no podían soportar a una simple persona que estaba encerrada, sin mencionar que era del sexo “más débil”, supuse que después de aquello lo pensarían dos veces antes de tachar a las mujeres como individuos que no podían defenderse por sí mismas.
Guardamos silencio por unos minutos hasta que Ed se dignara a volver; el viaje hasta el nivel superior a veces llegaba a ser largo y se tardaba más que en otras ocasiones.
— Aquí está, tiene algo de suciedad por no haber sido utilizada desde hace un tiempo.— explicó él, adentrándose a la habitación mientras que sacudía la camisa y dejaba que el polvo volara por todo el espacio.
— Sólo esperemos no tener que volver a usarla con ella.— nuestro jefe soltó un suspiro lastimero.
Giré los ojos.
Él podía mostrarse tan afligido por Alejandra frente a los demás y quedar como el mejor director que un hospital psiquiátrico podría tener, la cantidad que quisiese, pero conocía a la perfección su verdadera actitud, y esa inquietud que sentía por una paciente solo era un fachada más entre tantas otras.
— Ya veremos con qué estado de ánimo despierta.— dijo Ed.
Hizo una seña para que el guardia lo siguiera y sin amabilidad ni cuidado, fue ayudado por Campos a dejar el cuerpo inconsciente de Alejandra sobre aquella cama diminuta que parecía más para un niño que para una persona adulta.
— Dejemos que ellos se encarguen. Necesito hablar contigo.— me informó Léonard, saliendo de la habitación.
Avancé siguiendo su cuerpo por el pasillo sin decir ninguna palabra porque sabía que de nada serviría; él tarde o temprano hallaría la manera de acercarse para contarme qué era lo que lo estaba atormentando. Por lo tanto, el postergar esa charla sería una estupidez, sabía de ante mano que la conversación con mi jefe no sería para nada entretenida, ni mucho menos, agradable, así que entre más pronto terminara de hablar mejor sería para mí.
Largué un suspiro cuando, al llegar al elevador, nos encontramos con las puertas metálicas ya abiertas esperando por nosotros, algo bueno debía que pasarme ese día, al menos no tenía que esperar tanto y tener un momento con un silencio incómodo junto a él. Nos adentramos al lugar uno detrás del otro con Léonard siendo el encargado de pulsar el botón de la planta baja en el panel de control, mientras que yo me dedicaba a apoyar mi espalda sobre la pared más cercana y me mentalizaba para lo que vendría a continuación.
Me cansaba y molestaba la forma tan retorcida que tenía de portarse, el como fingía ser una persona de bien frente a los demás y como se mostraba alguien totalmente diferente al estar solo. Era repugnante saber su historia y aún así actuar como si nada pasara solo para evitar conflictos que terminarían perjudicándome más a mí que a él. Habíamos pasado por tantos momentos iguales que conocía a la perfección su procedimiento; primero sacaría su lado profesional, —el cual ya había comenzado a mostrar— y guardaría el perverso para el final. Así era siempre, y lo que más detestaba era que solamente yo tenía que soportar su lado perverso.
— ¿Te esperabas lo de hoy?— quiso saber cuando sonó el dichoso «ding» del ascensor al dejarnos en el nivel 1.
— No, de hecho me sorprendió.— admití, olvidando la previa sensación de que algo cambiaría esa misma mañana— ¿Y tú?— indagué solo para no permanecer más en silencio.
Comenzando el camino por el pasillo, Léonard continuó sin decir nada, quizá se tomaba el tiempo para liberar sus cosas en un lugar más privado, y así asegurarse de que nadie más fuera consciente de aquel ser asqueroso que se ocultaba detrás de la preocupación.
Me sabía de memoria sus absurdas palabras de doctor respetado y educado que solo veía por la seguridad y tranquilidad de los demás. La verdad era que, en cada oportunidad que tenía, decía y hacia lo mismo de siempre solo para quedar bien, lamentablemente para él, ese papel de «propietario angustiado por el bienestar de sus inquilinos» ya no tenía relevancia para mí. Estaba asqueado de su comportamiento, con su forma de mirar y su puta manera de insinuarse… quizá, si fuera otra persona, le hubiese hecho mucho daño.
— Creí que habíamos avanzado, no me imaginé una recaída.—dijo, entrando en su oficina.
Chaqueé la lengua al notar que mis pensamientos no fueron erróneos, Léonard sabía cuándo hablar y cuándo mantenerse al margen para seguir con su careta.
— Nadie lo veía venir.— me limité a decir. Cerré la puerta detrás de mí y volteé en el preciso momento en que su cuerpo abultado se desplomaba sobre la silla de cuero, ni siquiera para sentarse tenía delicadeza.
— Se mostraba tan fuerte, superándolo poco a poco. Se veía hermosa, cada día sonreía más.— solo pude dar dos pasos hacia el frente antes de tener que cerrar mis ojos con fuerza debía a la repugnancia. Ese era el preciso momento donde comenzaba su lado perverso, el cual detestaba con toda mi alma y rogaba a diario para no tener que verlo nunca más.
¿Cómo alguien podía tener un psiquiátrico actuando de esa forma? Sabía que la había mirado con segundas intenciones, esas muestras de afectos que le daba eran demasiado obvias; sus palabras de aliento, sus caricias que no eran para nada desapercibidas. Alejandra era la única que recibía tanto aprecio de su parte, y sinceramente detestaba ser el único consciente de eso.
El gran director y dueño del lugar no era más que un hombre depravado queriendo conseguir algo más que una sonrisa de su inquilina. El odio corría por todo mi cuerpo a medida que lo recordaba, era repugnante tener que verlo con mis propios ojos y no poder hacer nada para evitarlo o exterminar esos momentos que me molestarían para toda la eternidad.
Tal vez debí hacer algo para cortar con su estúpida actuación, pero ¿Quién era yo para detenerlo? ¿Cómo podría enfrentarlo? No era nadie en ese edificio, solo otro empleado más. Alguien que si quería conservar su trabajo tenía que hacer la vista gorda a todo lo que se refiriera a Léonard porque jamás tendría las pruebas necesarias para demostrar la clase de hombre que era.
Sabía su reputación, me habían llegado comentarios de que llevaba haciendo eso desde tiempo atrás; muchas pacientes habían pasado por sus manos, y en ese momento era Alejandra quien estaba en la mira de ese maldito hijo de puta. Y aunque algunas de esas valientes mujeres se habían tomado el tiempo de contar sus atrocidades, acusarlo, y dejarlo expuesto, nada cambió. Nadie les creyó a unas dementes recién curadas, siempre quedaron tachadas como «las señoras que alucinaron con el director del lugar». Entonces, si ya se habían enterado de sus actos, y no habían tomado medidas en el asunto ¿Qué me aseguraba que eso no volvería a pasar? ¿Quién me aseguraba que si rompía el silencio no me iba a quedar desempleado por nada? Podían catalogarme como un cobarde por no hacerle frente a lo que sucedía, pero la verdad era que si me echaban perdía la oportunidad de desenmascararlo. Sinceramente, estaba dispuesto a proteger a Alejandra, pero sabía que debía de hacerlo desde dentro y no permitir que Léonard me viera como su enemigo. Aunque, por más que constantemente estuviera al pendiente de ella, sabía que no estaría segura por completo, y que tarde o temprano se tendría que enfrentar a ese monstruo por sí sola.
Solo bastaba un milagro para que nada malo le sucediera.
— Víktor, te estoy hablando.— me regañó mi jefe, quitándome de mis pensamientos.
Pestañé un par de veces y me aclaré la garganta.
— Perdón, ¿Qué decías?
— Que…
El cuerpo de Ed se hizo presente detrás de la madera y guardó absoluto silencio.
Maldito cobarde.
Más le valía que su psicólogo más prestigioso no escuchara sus comentarios morbosos sobre la paciente, le convenía seguir viéndose como el hombre perfecto ante todos y continuar con su fachada de «esposo felizmente enamorado de su esposa». Sabía que, como todo matrimonio, debía de tener problemas maritales pero eso no le daba el derecho de andar detrás de todas las mujeres, ni mucho menos obligarlas a cumplir sus deseos más morbosos. Ni siquiera quería imaginar cómo se pondría la señora Ferrer si descubría los sucios secretos de su marido, pero conociendo su historia y recordando los años que llevaba señalado como un hombre perverso, supuse que sabía muy bien como ocultar sus problemas al ingresar a su casa. Y tal vez pudiera ser un idiota, pero a veces usaba su cabeza, o por lo menos cuando le convenía, y debía de admitir que hasta el momento le había funcionado bastante bien lo que sea que había estado haciendo para esconder bajo la alfombra sus cosas turbias.
— Ya la dejamos instalada en su nueva habitación.— nos informó Lockwell, adentrándose a la oficina.
— Perfecto, prepárate para cuando despierte.
— No me lo recuerdes.— bufó, rodando los ojos— Ya no soporto su manera de llamarme, mucho menos que me crea su amigo. ¿Se imaginan? ¿Ser amigo de una demente como lo es ella? Joder, ni de broma.
Mis puños se formaron con fuerza en mis costados, quería golpearlo hasta dejarlo en el suelo sin ganas de moverse. Después de llevar tanto tiempo acumulando la frustración y el enojo —y teniendo en cuenta las diversas cosas que pasaban por mi cabeza— la maravillosa idea, o mejor dicho, la solución a mis problemas sería tomar a Ed, utilizarlo como saco de arena y golpearlo hasta saciarme. Quizá así reconocería sus errores y trataría mejor a Alejandra, o simplemente por tantos golpes terminaría más idiota de lo que ya estaba. De todas formas el como finalizaría sería lo de menos para mí, solo necesitaba un portador de rostro bonito con quien desquitarme.
Sinceramente, ya no podía seguir escuchando como se quejaba de ella, como hablaba de una forma desagradable en cuanto a Cabrera. Supuse que se dejaba llevar por sus problemas personales, a lo mejor tenía dificultades con su esposa o el trabajo era demasiado para él, pero, reiterando lo que ya había dicho, su actitud prepotente no le servía de nada dentro del psiquiátrico. Y no quería llegar a ser paranoico o exagerado, pero estaba seguro de que dentro de su mente habían millones de ideas de como deshacerse de ella; seguramente que para él sería como quitar una escoria de su vida, liquidar a una cucaracha antes de que hubiera una infestación imposible de controlar. O tal vez sus pensamientos no eran para nada de ese tipo y simplemente era mi imaginación haciendo de las suyas.
Lo único que sí tenía claro era que él se había agotado de ella, y yo de él. Aunque no quisiera aceptarlo del todo, era la realidad y más después de insinuar que lo que le ocurrió a Alejandra era algo que se podría superar rápidamente.
— Tendrás que seguir soportando hasta que se recupere.— le dijo Léonard.
— Aguantar a locas con alucinaciones es lo mío.— intentó bromear.
— ¿Por qué no nos haces un favor y cierras la maldita boca?— pregunté, apretando mis dientes.
— ¿Tú me dirás lo que tengo que hacer?— dio un paso al frente, desafiándome.
Oh, no. Que mal estaba actuando.
No debía de meterse conmigo, había tenido mucha paciencia pero ya estaba flotando sobre el límite. Su puta manera de mirarla, con desprecio y odio, era lo que más me molestaba, y mejor ni sumarle sus comentarios o sería peor.
— Sí, podría decírtelo o buscar otra forma para que entiendas.— no quise quedarme atrás, por lo tanto también avancé.
— ¿En serio? Ahora tengo intriga ¿Cómo lo harás?— indagó con burla.
— ¿Prefieres las palabras o los golpes?— mostré mi mejor sonrisa altanera. El verde de sus ojos batalló con el azul de los míos por ver quién se consagraba vencedor en una estúpida guerra de miradas que no resolvería absolutamente nada.
Podía comenzar una pelea ahí mismo; sin interesarme en lo más mínimo que me encontraba en mi lugar de trabajo, precisamente en la oficina de mi jefe y con él en frente, tuve intenciones de hacerlo pero sabía que sería un gran error de mi parte. Perdería mi puesto, y no podría salvar a Cabrera de las sucias garras de Léonard. Lo mejor era que me tranquilizara, ya habría una oportunidad para dejarle las cosas claras al idiota castaño que tenía delante.
Solo faltaba tiempo, y eso siempre había hasta de sobra.
— ¡Ya basta!— nos gritó nuestro jefe, golpeando su escritorio de madera oscura— Dejen de comportarse como niños pequeños.
— Él empezó.— se defendió Ed.
— Me importa una mierda quién empezó, ambos siguieron con esta estupidez. Si quieren pelear háganlo fuera de mi edificio.— advirtió, señalándonos con sus gordo, tembloroso y torcido dedo índice.
— Yo me largo.— comuniqué, dándome media vuelta para tomar rumbo hacia la salida. Tenía que perderlo de vista antes de que cometiera una locura.
— Nada de peleas, ¿Quedó claro, Víktor?— la voz rasposa y envejecida de Léonard me provocaba más rabia causando que mis músculos y mandíbula se tensaran.
— Entendí.— fue lo único que dije, después de haberme tomado algunos segundos para controlarme y así no voltear y golpearlo a ambos, enviando por las tuberías todo esfuerzo hecho durante tanto tiempo.
Sin esperar respuesta, salí de la oficina, di unos pasos hasta que pude cerrar la puerta detrás de mí y apoyar mi espalda contra ésta. Tomé un par de bocanadas de aire y clavé mi vista en la enfermera que estaba en el recibidor; ella me miraba con el ceño fruncido y, aunque su rostro mostraba empoderamiento absoluto, pude percibir cierto temblor en el cuerpo que se mantenía seguro detrás del escritorio, me temía.
Largué una bufido, ¿Desde cuándo las mujeres me tenían miedo? ¿Mis gestos serios tenían algo que ver con eso?
Negando con la cabeza, volví a mi posición inicial y avancé hasta dar con el pasillo que marcaba el rumbo al ascensor. Una vez dentro de él, presioné el botón que me regresaría al nivel 2, la mejor, y más conveniente manera de controlarme sería atender a otro paciente hasta que fuera la hora de volver a casa.
Al fin de cuentas no era como que algo dentro de esa construcción llamada hogar tuviera valor para mí; lo material no me importaba y pasar tanto tiempo rodeado por paredes coloridas pero sin nadie con quién apreciarlas, no era algo que me gustaría hacer sinceramente. Prefería mil veces estar en mi labor como médico y enfocarme en muchas cosas a la vez, que hundirme en la desesperación y ansiedad que me causaba el estar solo y sin hacer nada.
— Tu vida es el trabajo, Víktor.— me dije, viendo como las puertas metálicas se cerraban frente a mis ojos— Así ha sido siempre, y no tiene por qué cambiar justamente ahora.
Ni siquiera lo vi venir, pero de un segundo a otro el recuerdo de Alejandra recostada en el suelo y llamándome se reprodujo en mi mente como si se tratase de una película. Sus ojos oscuros mirándome, sus abultados labios moviéndose al decir mi nombre, todo su maldito ser pareció proyectarse ante mí.
Sabía que en cuanto pudiera, volvería a verla. Tenía que hablar con ella y ver que tanto odio había en su ser. Pero sobre todo, debía de seguir cuidándola aunque fuera desde lejos y sin que ella tuviera conocimiento de lo que hacia.
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